GLIFOSATO, en el 90% DE LAS MUESTRAS. Para ello se realizaron muestreos de los eventos de lluvia desde octubre de 2012 a abril de 2014 en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. El glifosato fue el herbicida más detectado con 90% de resultados positivos, una media y una máxima de concentraciones regionales de 6,5 µg/L y 67,3 µg/L, para la ATZ en el 79% de los casos con media- máxima de 1,5-15,7 µg/L y el AMPA (principal producto de la degradación del glifosato) con 35% de detección. Las provincias donde se detectaron las mayores concentraciones fueron Córdoba, Santa Fe, Bs.As. y Entre Ríos. Estos resultados son los primeros medidos para Argentina y aportan información respecto a una de las contribuciones atmosféricas en cuencas hídricas y poblaciones urbanas para este tipo de compuestos.
ES MUCHO O ES POCO? Aquí se han analizado un par de sustancias, pero en la vida real (de los monocultivos) se usan cientos de diferentes sustancias base y formulados. Esto quiere decir que probablemente recibimos lluvia --que cae en los aljibes, cursos de agua, techos, gentes, etc.—conteniendo verdaderos cócteles de varios tóxicos juntos. El viejo concepto de que “la dosis hace el veneno” (Paracelso), no funciona con estas sustancias, puesto que muchas de ellas son acumulativas y porque las dosis bajas pero reiteradas producen efectos irreversibles. Las sustancias producidas por la química de síntesis tienen la mala costumbre de poder combinarse y sinergizarse. Esto es, moléculas que solas eran relativamente inocuas, combinadas pueden resultar tóxicas. Y hasta provocar ciertos efectos que son más intensos a bajas dosis que a altas. Además, estas sustancias impactan de modo diferente en los diversos estadios del desarrollo: su presencia en el período de gestación, o en un niño en crecimiento, o en un adolescente en desarrollo genera efectos dispares. Lo mismo en un anciano o en una persona mal nutrida. Una persona expuesta a agrotóxicos de modo cotidiano, es más proclive a enfermar. Ya se ha demostrado que las llevamos en la sangre, que están en los vegetales, y ahora, la UNLP demuestra que están en la lluvia.
El modelo industrial agrícola, en contrario al modelo agroecológico, requiere de un paquete de biocidas y fertilizantes para poder producir. La inocuidad de este paquete tecnológico ha sido pregonada hasta el cansancio por sus defensores. Sin embargo año a año, esta última década hemos visto desmoronarse esos argumentos debido a la evidencia aplastante de las externalidades sanitarias asociadas a este modo de producir en el campo. Millones de litros de herbicidas (en particular Glifosato -GLY y Atrazina –ATZ) son rociados sistemáticamente sobre tierras, aguas, y hasta poblaciones. Legislaciones restrictivas han empezado a alejar las aspersiones de los centros urbanos y de las escuelas, no siempre con éxito y no siempre a conciencia de que las derivas de esas sustancias son impredecibles. El discurso de las “buenas prácticas agrícolas” no sólo omite estas cosas, sino que deja bien en claro que durante más de 50 años los promotores de este modelo, hacían “malas prácticas agrícolas” sin siquiera pedir disculpas por ello. Podemos lograr que se alejen las aplicaciones de las personas… Pero, ¿podemos impedir la lluvia?
Lic. Silvana Buján silvanabujan@yahoo.com.ar
(0223) 479-2474 BIOS – RENACE www.renace.net
9 de diciembre 2014.
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