En épocas de gran desgaste físico y mental, es
habitual la búsqueda de soluciones naturales para mitigar la falta de energía.
En este campo, los productos apícolas ofrecen
excelentes respuestas, pero hay que evaluar atentamente las características de
cada uno de ellos y su forma de consumo.
El hábito más difundido es el de consumir polen
seco en granos. Pero investigando un poco más sobre este insuperable producto
de la colmena, se ha llegado a establecer que nuestro organismo no puede
aprovechar al máximo sus propiedades.
En realidad lo que conocemos como grano de polen
seco, no es otra cosa que una aglomeración de los minúsculos granos de polen
que la abeja recoge de las flores.
Para poder
transportar a la colmena esos pequeñísimos granos microscópicos -que a veces el
viento esparce por el aire- la abeja no tiene otra alternativa que adensarlos.
Para ello utiliza secreciones salivares -aportándole aún más riqueza- con lo
cual logra formar el grano que transporta en sus patas y que el apicultor
captura con trampas antes de que sea introducido a la colmena. Luego esos
granos son secados por el apicultor (proceso imprescindible para evitar su
rápida fermentación), envasados, conservados en lugar fresco y consumidos por
el ser humano.
¿Qué hace la abeja con los granos que logra introducir en la
colmena?
Pero ¿qué hace la abeja con los granos que logra introducir en la colmena? Es interesante ver que de inmediato la abeja mezcla el polen con la miel y lo deposita en celdas interiormente recubiertas con mudas de propóleos.
Esto es el
llamado “pan de abejas”, que pese a la gran inestabilidad del polen, logra ser
conservado por meses en el interior de la colmena con temperaturas constantes
del orden de los 35ºC y altos tenores de humedad.
Para
entender esto debemos conocer aún algo más sobre el polen. Los microscópicos
granos que la abeja aglutina en pelotitas son -observados al microscopio- como
esferas recubiertas por una sustancia celulósica (la exina) similar a la madera
por su dureza.
Estudios realizados en Francia demuestran que nuestros jugos
gástricos y nuestro tiempo de tránsito intestinal, no alcanzan a absorber más
de un 30% del polen ingerido, evacuándose el 70% restante como fibra vegetal.
Por eso la abeja -con un sistema digestivo mucho más primitivo que el nuestro-
consume el polen mezclado con la miel.
La función que cumple la miel, por su
contenido de humedad del 18%, es el de humectar la exina. De ese modo esta dura
protección celulósica se hincha y se resquebraja, dejando disponible el
precioso contenido interior del minúsculo grano. Y precisamente la miel, con su
gran poder conservante, cumple otra importante función, estabilizando la
delicada riqueza nutritiva y terapéutica contenida en el interior del grano de
polen.
En esta tarea colabora también el propóleo, que además de su capacidad
como conservante, aporta la riqueza de sus más de doscientos elementos
constitutivos y sus veinte propiedades científicamente demostradas.
El poder de una pequeña cucharada
Por esta razón, una pequeña cucharada de la mezcla de polen con miel y propóleos (Pan de Abejas o Energizante), brinda más resultado que dosis mayores de polen seco, ya que el organismo asimila el compuesto fácilmente, rápidamente y sin desperdicios. Además la mezcla se conserva mejor y por más tiempo que el polen seco. Todo esto sin contar los beneficios extras generados por el sinergismo del polen mezclado con la miel y el propóleos, que explican sus magníficos resultados prácticos.
Con
respecto a la jalea real -compuesto natural de gran eficiencia- el problema
radica en su alta inestabilidad fuera de la colmena. Mientras está en la celda
para alimentar a la larva, ésta le hace de agente conservante y no se degrada,
pese a estar a 35ºC de temperatura. Pero una vez extraída de la colmena, es
necesario conservarla a menos de 2ºC, para que no pierda sus propiedades. Es termosensible, fotosensible y dado su alto grado de
humedad (68%) se descompone con facilidad. Además se oxida muy fácilmente y da
lugar a la formación de los peligrosos radicales libres. O sea que sin cadena
de frío, por un lado pierde propiedades y por otro genera compuestos tóxicos.
Ahora bien, ¿quién puede garantizar una cadena de frío desde la colmena hasta
la boca del consumidor?
Otra
cuestión no menos importante en este análisis tiene que ver con el cáncer.
Entre los principios activos de la jalea real, se encuentra una hormona que
estimula el desarrollo de los tejidos y que explica el gran desarrollo de la
reina respecto a las obreras, siendo que ambas nacen de un mismo huevo.
Por eso
se considera a la jalea como la “leche” de la colmena. El problema de esta
hormona es que al estimular el crecimiento, no distingue entre tejidos buenos y
malos, por lo cual se la contraindica en casos de tumores. En este sentido,
debemos tener en cuenta que por efecto de la modernidad, es normal tener
tejidos tumorales en desarrollo incipiente (ver: Cáncer y toxemia: vínculo
ignorado). Por ello el consumo de jalea real debería evaluarse con más atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario